sábado, junio 28

Viento

Vivo ocupando un lugarcito en los demás, ese huequito que les queda vacío. Funciona así: lo veo, me inunda la angustia y me viene la necesidad de ocuparlo. Algún vacío, yo lo ocupo. Algún problema, yo lo tapo, estoy para eso. Es que se esta tan cómodo en los agujeritos. Un poco apretado por ahí. Pero mejor que afuera, que te cagás de frío. Por lo menos acá se puede estar al abrigo del viento que sopla y que por ahí te tira para cualquier lado y te deja sin nada. Hay que reconocerlo, en este lugarcito se está bien. ¿Que voy a hacer de mi vida sino? ¿Jugar? ¿Cantar? Que aburrido. Prefiero ocupar espacios y sentirme lleno aunque sea por un momento. Lo que sí, es que se me entumecen un poco los músculos. Como si ya casi ni funcionaran. Yo que corría con mucha fuerza, ahora veo mis piernas flaquitas, yo que comía tanto, ahora todo me da nauseas, yo que me reía tanto y ahora ni tengo dientes. Me gustaría sentir el frío de afuera, por un ratito aunque sea. Saco una pata. Saco la otra. Saco el resto del cuerpo. Hace frío. En cualquier momento viene el viento y yo no tengo abrigo. Miro el huequito con nostalgia. Pero se que ahora mis piernas se estan estirando un poco, y me doy que puedo saltar o hacer un pozo si se me da la gana. Nada mal, ¿no? ¿Pero para donde camino? No puedo estar haciendo pozos toda vi mida, no puedo estar saltando como un idiota. Eso es recreación, simplemente ocio, y no te llena ni te da para comer. Nadie te va a venir a felicitar porque haces un pozo. Nadie te va a dar un abrazo porque saltaste muy alto. ¿O no? En el huequito la sensación era de un abrazo apretado, de esos que son eternos y no sueltan nunca. Y mimos, mimos y mimos, junto con algún que otro beso en la mejilla que trato de limpiarme. Pero sé que no puedo volver. Pienso en mis piernas entumecidas, pienso en el calor cuando agobia, pienso en el hueco cuando aprieta, pienso en todas estas cosas y me miro ahora solo y tirado en el medio de este lugar. Me dan ganas de llorar pero no puedo. Qué lastima que me da ser yo. Quero ser ese otro que anda por ahí con ese huecote, pero que anda tranquilo, sin preocuparse demasiado, como demuestra con su sonrisa. Me acerco a él y me meto en su hueco a ver si vuelvo a sonreir y aprendo a dejar de preocuparme. No me siento cómodo del todo. Amoldado al hueco anterior, seguramente sea cuestión de aguantar un poco y esperar a que se adapte a mi o yo me adapte al hueco, las dos cosas estarían bien. Duele pero yo me concentro y respiro, respiro, respiro, respiro. Poco a poco van cediendo las paredes del hueco. Poco a poco también cede mi columna. Vuelve la comodidad. Mi piel se empieza a arrugar. La mente me juega malas pasadas. Me duele algo que sale de adentro. Me quiero ir de acá, quiero correr y sentir el frío de nuevo. ¿Le molestará? Despacito salgo, tratando de que nadie se entere. De vuelta al frío. Escucho que el viejo hueco me llama y me pide que vuelva. Pero no lo voy a hacer. Me quedo parado, escuchando el silencio. Ahí, solo, siento todos los vacíos del mundo, mi vacío. Me rompo en cuatro pedazos. En el medio hay viento y mi corazón sale volando.

lunes, febrero 4

El hombre misterioso

1. Ella, con ese flequillito hermoso y esa cara de pícara que me hace pensar en cosas muy malas. Me mira de reojo. Yo la miro como sin importarme unos segundos y desvío rapidamente mis ojos hacia la persona que está detrás de ella. Alguno podrá pensar que mi técnica de seducción es extraña, poco ortodoxa, pero la verdad es que es muy simple: no hay que perder el misterio, nunca. Ya va a haber tiempo para desilusionar a la gente, para que se den cuenta de que estas desesperado, pero para conquisar a una chica hay que mantener el misterio. Miro para otro lado, y hago que me río. Me sumo a una conversación. Jajaja, claro, claro boludo. Los chicos me miran extrañados. Se ríen de mi y siguen discutiendo. La vuelvo a mirar a ella. Ya no me mira. Me le acerco. Saludo a la amiga que está al lado de ella. Me quedo charlando, ignorándola un poquito, manteniendo el misterio. Tratarlas con indiferencia, esa es la otra clave. Como que no estas desesperado por ella. Como que no te enamoraste apenas la viste y te estas derritiendo de amor desde hace una hora. La amiga parece divertida con la charla. Ella no se que hace porque le estoy dando la espalda, pero tampoco participa. Se empieza a alejar. Pero confío mi estrategia, y ni siquiera la miro, un maestro del misterio.


2. La fiesta continúa. Sigo hablando con la amiga. Yo estoy implacable, se me ocurren los mejores chistes, las frases más inteligentes, la hago morir de risa. No para de hablarme. Me despido y la empiezo a buscar con la mirada. Ella está parada al lado de la barra, con cara de aburrida. Me mira nuevamente. De repente, el coraje me invade y decido actuar. Me acerco a la barra. Me pido una botella de vino. Me sirvo y comienzo a beber, a solo unos pasos de ella. Empiezo a pensar que debe estar pensando que soy un tipo raro. Entonces comienzo a conversar con el barman, que me da un aspecto de sociable y de bohemio a la vez. No la miro pero siento que me observa intrigada, pensará algo así como “ese hombre debe ser interesante”. Su amiga la viene a buscar. Agarra su cartera y se van. Sonrío. El misterio se mantuvo con altura. Misión cumplida.